domingo, 13 de mayo de 2018

Vinieron quince ratas, a escondidas,
con las uñas ansiosas y los dientes,
tan repletas de gula y avaricia
que en una noche comieron una vida
de esfuerzo humano y de miseria ajena.

La media tonelada de fortuna
que un hombre acumula despacito, paciente
como un árbol sus raíces,
puede otro hombre disgregar ardiente
en una pocas horas de alegría.

Más allá de los bordes de la vista,
en otra tierra, en otros escondrijos
la fortuna creció, se hizo sonrisas
en las débiles hojas de un arbusto
brillaban el sol y el agua de la holgura
escondida y fugaz, duramente proscrita.

Pero ellas no sabían. Nada saben
las ratas de la vida humana.
Viven calladas y tontas, ateridas
en el olvido frío de sus nidos
construyen una red de refugiadas.
Apenas tienen hambre, y sed, y frío.
Intuyen el dolor antes de hallar alivio.

Quince ratas vinieron por sus caminos
ante tanta fortuna
con la cola tiesa
les temblaba el hocico, el hambre, el anima
de saberse súbitamente cresas.

No han podido pararlas, una avalancha
de ratas ciudadanas y opulentas
en las esquinas de penumbras ríen
lo que ayer no esperaban.

Y en la ancha ciudad los policías
no han encontrado quien les creyera:
hallaron las ratas mercancías
que fueron custodiadas y escondidas.
¿Quien podría imaginar que apenas ellas
tramaran tan audaces fechorías?


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