sábado, 22 de julio de 2017

Existe la tristeza como una sed de aguas extinguidas
desde fuentes cubiertas por escombros demacrados;
pero no ahoga nunca definitiva y fría.
Más pura que la muerte la tristeza construye
sus blancos muros pálidos, de plumas,
y vuela con el viento en las ciudades
como volara en brazos de los árboles
cuando no habíamos llegado a su presencia.

La tristeza nos toca cuando vemos dolor
en la piel de los seres que amábamos
y al no poder salvar sus espíritus puros
quedamos impotentes bajo el sol.
Cada uno de nosotros camina hacia el dolor,
y aquel que nos contempla se queda silencioso.
De alguna forma sabe lo que no puede hacerse.

Construye sus refugios en las piedras caídas,
y nosotros, los que nunca las vimos
en los días antiguos de la gloria perfecta,
vagamos en recuerdos levantando reliquias
con los dedos temblando y los ojos perplejos.
Solo el polvo recuerda lo que se ha olvidado.

Gobierna los espacios de la nostalgia bella,
nos exhibe las formas que dejamos atrás.
La tristeza es el tiempo en el que contemplamos
nuestra serenidad de no volvernos nunca
porque, sencillamente, no podremos.
La tristeza es el rostro del ángel del ángel del futuro.

Consuelo a la tristeza son los árboles nuevos,
los ojos de los gatos apagándose en sueños.
El rostro de las cosas que amábamos volviendo.

Algunas pocas hojas, tardías y cansadas,
pendiendo de los árboles
como flores muriendo sobre un rito;
y una voz, lejana, repitiendo
monótonos versículos de un canto irreversible.

La tristeza, rama de verde menta adormecida
crece en los húmedos rincones de la serenidad
llevando sus raicillas por nuestras decadencias
colonizando el aire de la paz.

No dura para siempre, la felicidad.
Una tarde se esfuma en el viento del norte
y abandona nuestros ojos al sol.
Más queda la tristeza, intermitente y fresca.
O seca, como el fruto del árbol en otoño.
En la tarde el sol se vuelve viento
con la tierra en el verano:
es esa la tristeza. Un perro sarnoso
una tarde que los hombres se duermen
y su obra se yergue solitaria
calentándose sola sus miserias ya propias.
Un instante de sol sobre la vieja chapa de los techos.
Puedo escuchar al viento royendo las paredes.

Ha de ser la tristeza una contemplación.


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