Llegará el día que Dios vuelva de tarde
y reclame los árboles.
Se verá su señal al horizonte
como una muesca en la cara del cielo
o un cometa que vuelve cuando nadie esperaba
ni quería.
Volverá y dirá nombres que ya no se recuerdan,
o pedirá por sitios que hemos olvidado.
Será como quien vuelve al pasado que falta
y no es el mismo tiempo ni la sangre esperaba
la melancolía que llega con preguntas.
Por que afirmo que Dios vendrá de tarde,
cuando ya han sucedido
todas las cosas que uno esperaba,
por el camino izquierdo donde la luz se duerme
con una larga vara para hurgar las rendijas
y averiguar el número de víboras dormidas.
Por el camino izquierdo, aquel que sale de la tierra
y lleva entre los árboles a la caza del puma.
Aquel camino siempre se pierde entre la sombra,
se expande con el polvo sin vera ni una clara huella
y perdura cuando los edificios esfumados,
cuando el suelo recupera paz y altura.
Ese camino, izquierdo porque lleva a la tierra,
reconquista la luz después de la pereza
y la agrestura aguda que demuestra las vidas.
Ese camino hecho de guijarros y polvo
lleva hasta la ciudad o a la montaña,
se termina en el mar o en la pradera.
No lo ha inventado el tiempo, no pertenece al hombre.
Ocurre en la creación cuando el dios necesita
que la tierra le muestre el número de tortugas.
Y Dios vendrá contando con la lengua del viento
veinticinco quebrachos, una algarroba madura,
faltan siete tortugas y una playa de arena.
Junto al cerro he marcado la cruz de una paloma.
Porque Dios cuando vuelva revivirá su sueño
del olivo y el cardo en cada extremo.
Y si Dios no encontrara las suficientes hienas
o si faltase acaso una hormiga o un cuerno,
de toda la creación solo los hombres
se sentirán culpables
de oír llorar a un viejo.
martes, 16 de mayo de 2017
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