domingo, 9 de abril de 2017

Nos sucede que estamos caminando el pasillo
y de pronto, esta tarde, se nos fueron los días.
Esta tarde ruidosa, la primera del año, solitaria
y nueva como el color del fresno
me sucedió una vez hace ya cinco años.
¿Y adonde han ido ahora aquellas luces?

Una vez, hace mucho, yo entré por esa puerta
y me fui en los pasillos hablándole a la gente
que salió a responderme desde atrás de las puertas.

Desde atrás de las puertas se agitaron las hojas,
la tinta se arrastró como un alambre vivo.
Un caracol pulió su filo sobre un lápiz dormido.

Desde atrás de la puerta tu cara viene a verme,
pálida y liviana en la luz. Una máscara
de alguna inocencia que ya casi se pierde.

Sucede que hoy he vuelto y ya no soy el mismo,
porque hace cinco años me reía de otras cosas
y me enojaban otras. Aunque aprendí
a caminar sin voz y con la ceja altiva,
(que a veces dicen soy de vista despectivo),
en los pasillos estos donde quiero
encontrarle al ladrillo un sustantivo.
Pero hace cinco años me asomé en la puerta
como el primer minero en una mina,
donde exploraran miles de mineros,
y junto a la escalera hallé la luz,
el rostro, la penumbra, la escalera.
Los árboles que en estos días se doran,
los gatos que aún duermen las palmeras.
Un banco de cemento, la llovizna,
este patio brutal, las puertas clausuradas,
en un pasillo una prensa de papeles que la han sacado fuera.

Yo me asomé al pasillo donde nada era nuevo
y lo vi tan dormido que caminé en silencio.
Me devoró su vientre de cuestionable templo.
Y aunque el pasillo sigue más dormido que el tiempo,
ya conozco su nombre y su lenguaje incierto.
De cada fresno he visto un otoño distinto.


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