viernes, 18 de noviembre de 2016

Encerrados en redes, bajo la oscuridad del mar,
los atunes rojos danzan en círculos y al mar
lanzan miríadas de efímeros navegantes.
Y arriba, sobre el agua los hombres duermen
seguros y felices sin canciones.
Solo las grúas vigilan la ancha oscuridad del mar
expectantes y anónimos carceleras
rescatan del silencio y el olvido la sangre.
Atunes rojos, mercurios atestados de futuros
que vuelven por el mar como se fueran antaño.
Esta noche los atunes viajarán muertos helados
hacia los rincones del mundo iluminado.

Vienen del mar. Han surcado siglos de corrientes
volviendo hacia la costa del Tirreno
y llegan a través de las islas apresurádamente
con sus grandes ojos paranoicos y febriles.
Ningún hombre sabe que espíritus despiertan
y habitan la solidez de su carne.
Solo el mar conoce los temores que han afrontado
cuando asomaron al abismo del Atlántico
y la cascada hercúlea empujó sus ojos al asombro del mar.
Rojos atunes, jadeante brillos del océano
remontan islas, dedos del mar interno.

En el pasado remoto, en los días olvidados
que ahora yacen bajo el derrumbe silencioso de las cavernas,
los hombres construían balsas de troncos
internos en el mar aguardaban en silencio hambriento.
Entonces rompían el silencio, sacudían el agua
hasta alcanzar profundidades ausentes
donde la luz se quiebra.


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