lunes, 19 de septiembre de 2016

Y las miré callado. Yo sabía
que no miraban esto. Ellas veían
un tiempo ya perdido en las memorias
que esa noche después de la comida
les caería de la boca como un cuento.

Así son las nostalgias: un silencio
de hoy para mañana hacerse viento
y pasar entre las cerraduras
de una paciencia a otra.
De su recuerdo al mío. Yo sabía

que esa noche vendrían alegres y risueñas
contándose secretos añejos de guardados.

Pero estaban calladas. Y lloraban
en otro tiempo ya, dentro del tiempo
junto al campo y el carro voces niñas
de las jóvenes que fueron y no eran.
De los días perdidos y dolosos
que ahora nombran nostalgia en el deseo.

Yo callaba. Un muro alto y pardo
era mi vida que ahí sobre la suya sucedía.
Su vida era una cerca de maderas,
una pared celeste desteñida.
Alguna infinidad de amaneceres
que alguna vez se les mostró finita.

Entonces yo y el sol que se dormía
nos quedamos callados ese día.
Después me dibujé un papel:
como una vieja muesca del recuerdo
el cristal de la puerta y el taxista.
Y en el fondo del marco la casita
donde fuese aquel nido de los días.

Yo callaba. Ellas sonreían.
Más ya no para mí ni para ellas.
Sonreían a las cosas perdidas.


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