lunes, 5 de septiembre de 2016

“La vida, como un un péndulo, oscila constantemente entre el dolor y el hastío.”
Arthur Schopenhauer

"Sísifo de la luz, lo vi ascender en giros concentrados, veloz y decidido hacia la gloria abundante de un nuevo encuentro con la muerte."
Otro recuento de poemas (1950-1991)-Jaime Sabines


1. Descripción de Efira Corinto

¿Quién ha visto la arena de Corinto
en la tarde soleada cuando Egeo llora
más allá de la tierra?
Eran grises los muros de Efira
y se oía el grito de las ciudades creciendo
en el tintineo ebrio de las mesas.
En el templo una estatua se emborracha de vino.

Voy más arriba, en la cima de los montes
me detengo a mirar el camino a los soles.
Las pisadas divinas han dejado un camino brillante
hacia la luz y el olvido, más allá de este cielo.
Y en la cima del monte veo sus pasos huyendo.

¿Quién ha visto las manos del mar?,
en las tiendas de los pescadores,
en el humo de los mesones.
Cuando cierro los ojos veo mis días
y ellos vienen a mí y me hablan.
Me arrastran por las calles de Corinto,
entre el humo y el grito perpetuo.
Pero voy más feliz que los barcos:
después de la tormenta avistan el puerto.
Y los hombres me miran. Los veo.
Yo, de pronto yo no soy el ciego del mundo.
Veo sus rostros curtidos del tiempo.
Veo los barcos anclados sobre el verde espíritu del mar.

Vean las escarpadas faldas del monte
y las graciosas columnas de Afrodita
entre el humo que escapa de los altares.
Vean el rostro crepuscular de Helios
sobre el llamado que viene entre los montes
y la ignorancia altiva desde el mar
que Poseidón azul habita distraído.
Si, aquí la tierra, todavía no ha muerto.

2. Las piedras y la vejez.

Todos cargamos nuestras propias piedras,
y las tallamos desde el cristal pétreo
dándoles aristas que nos lastimen
y cavidades donde nos refugien.

En la vejez pesan mucho más y son visibles
sus contornos roídos y rugosos
como una caracola absurda a la que nadie habita.
Yo las he visto, sobre los hombros
de aquellos que creíamos mejores
y les doblaba el espíritu en los ojos
como una maldición sin nombre.

Vamos hacia la muerte rodeándonos de restos
que nos carcomen restos del recuerdo donde hacerse sitio.
Llegamos a la muerte como un muro inclinado
al que solo sostienen las hiedras contraídas.

Así son los ancianos cuando veo
que el cansancio en sus huesos los carcome
y el empujón brioso de la vida
ya no logra arrancarles pesadillas.
Ahora que veo sus ojos como un ciego
que ha levantado parpados ignotos
una solemne desdicha compartida llega hasta mí.

Piedras, sin luz ni gemas escondidas.
Piedras sin roca para ser fingidas.
Piedras como harapos de vestidos
que al arrastrarse me enredan el espíritu.

Y en el umbral de la vejez dormida
una piedra derrumba su voz en mis costillas.


3. La miseria y los crímenes.


Como la sangre, habitual es el dolor.
Lo hemos creado, desde la verde hoja del mundo
creciéndonos raíces muy profundas
que más difícil son para arrancarnos
cuando más las fingimos con ternura.

Así es la miseria cuando llueve,
y después de la lluvia resplandece
sobre la tierra hecha un paso más de mi figura.

Hemos creado, el dolor y la lluvia.
¿Quién podría negarme parte de esa obra?
Porque yo estaba sobre el agua cuando la risa ajena se había ido,
y ya todas las cosas eran amargura.

No me comprenden. Hablo despojado
de la decencia que exhiben las hormigas.
Ellas viven en sí mismas dormidas,
cuando yo buscaba las estrellas.

La vanidad entonces vino al hombre,
y hubo una nueva forma de tristeza.
En mi risa una rama se alejó del polvo,
como un brusco golpe contra el cielo
y el rostro de los árboles era el de aquel amigo,
la suavidad del agua era la de la sangre,
la carne de la piedra era como una herida.

Somos, como la vida, un deseo y mordedura.
Vagamos hechos almas ambiciosas y puras
que encuentran frutas frescas donde hundir los colmillos
y las manos no alcanzan para cubrir el mundo.

No se mira hacia atrás cuando se vive.
No se piden disculpas por ser vivo.
Si a los dioses complace el despojarnos
más complace arrojarse en el vacío
y no mirar el suelo que se deja,
sino más bien volar como un huido.

Más allá de la vida no hay promesas.
Más allá de la tierra los difusos
dioses eternos dicen sus secretos.
Pero a la criatura que aquí duerme
el secreto no cabe al universo.

Y sin embargo respondemos tarde
la bienaventuranza de la vida.
Se llega a la vejez de cuerpo salvo
y en la vejez nos surgen las heridas.

Ahora lo sé, entonces no sabía
como se cobra el Hado sus destinos.
Diome entonces el vino de su copa
y ahora me exige el alma ya bebida.

4. Sísifo comienza a trepar la montaña.

Afrodita, dedos rosas con espinas
y la abeja hiriente, más dorada,
que en la frente de Apolo habitara.
Llegaron a mí los dolores divinos
cuando el dios de dolor me reencontrara.
No escapa el hombre a su destino ciego,
si a la vista del sol ya no ha escapara.

La montaña me ha crecido dentro
y la piedra en dolor se ha transformado;
y aunque de rostro pareciera entero,
aseguro a vos que me he quebrado.
Duele más estar vivo en el deseo
que pelear el camino deseado.

No me cuentes a mí entre tus cuentos,
no me escribas un muro como un ídolo.
Yo tenía la vida entre mis manos
y al abrirlas de pronto se ha volado.

Sísifo mira la cara en el espejo
donde el metal devuelve lo que queda.
Ese rostro rasgado es la pereza
de no tenderse a morir en el suelo.
¿Cómo entonces se vive el desierto?

Piedra de luz y de negrura entonces,
sobre el hombro del hombre que camina.
Piedra de luz y de amargura juntas,
como un escarabajo en la ceniza.
Piedra de ámbar en la vejez maldita.
Esperanza de piedra resucita.

Adentro crece la montaña, adentro
donde no llega el águila del sueño.


5. Última visión de Sísifo anciano mientras se aleja.

Yo te conozco más de lo que muestro
porque te vi en el pasado recio.
Yo te recuerdo, Sísifo, del viento
que viene a repetirnos vaticinios,
y cuando estamos solos y en silencio
vemos tu rostro enfrente nuestro.
Vemos tu rostro, anciano desvalido,
como quien mira dentro de un espejo.
A la vejez llegamos sin saberlo.
De la vejez nos vamos al misterio.

¿Esto fue lo que viste, Sísifo primero?
¿Nuestra vejez hecha una herencia amarga?
¿Viste a los viejos de siglos venideros,
sangrando amargura en las entrañas?

Después de haber rozado lo divino,
sobre tu mano vertieron las desgracias.
Afrodita, rosas con espinas,
te abandonó bajo el sol sin su mirada.

No toda la vejez ha de ser veneno al alma.
¿Lo fue la tuya, Sísifo de roca?
Como una larga escalinata al cielo,
solo para encontrar las nubes desplomadas.
Como un derroche la arena de los tiempos
y que al final tu copa vaciada
vino a dejarte pálido y desdicha
cubriéndote los hombros la nevada.

¿O te dejó la diosa en los Infiernos,
empujando la roca hacía una cima?
Una cima de roca para el alma.

¿De ti que han hecho Sísifo? Te busco
en las antiguas leyendas de los hombres.
Busco tu imagen entre las ilusiones
que hemos tejido en estos treinta siglos,
solo para encontrarte distraído
en los retratos duros y sentidos.
Nadie me habla de ti, ninguno dice
que a la vejez llegaste, Sísifo primero.
Nadie dice de ti más que tu yerro,
y del amor y la alegría perdidas
no quedan ni el insulto ni el recuerdo.

Sísifo en la roca, como un buey uncido
y las manos raíces de los árboles antiguos.
Sísifo para siempre eterno bajo el peso divino del castigo.

Y sin embargo yo te veo,
porque en esta ciudad duerme el invierno
y tu rostro lo encontré de pronto
en el tronco roído de los fresnos.
Con el aliento frío de septiembre, te veo alejarte
como se alejan siempre los vencidos.
Sobre tu hombro una llovizna oscura,
sobre tu rostro el peso de la bruma.

Aquella eternidad sin ilusiones
que a la crueldad le pareciera justa
se me presenta nueva en cada rostro
donde envejecen los acontecidos.
Estas dormido, Sísifo primero. Muerto ya estas
pero te han sucedido
nosotros, los futuros
viejos que esperan a que lleguen los fríos.

*

Cenó en mi mesa el rey y los mendigos.
Vino a mi puerta el perro y el heraldo.
Detrás de mi marchaba el mundo entero.

Alcé la vista al cielo, porque buscaba
más allá de las estrellas,
y me encontré sediento.

Denme la voz de los escarabajos
y el corazón oscuro del Océano.
Habitaba en mi sangre la urgencia.



Y ahora la sed se me ha vuelto calvario.


No hay comentarios:

Es un día de frío.  Lo sé porque es el viento  y el cariño del gato  las cosas que lo anuncian. Renovado y discreto este primer día  del oto...