Entra el indio en los pasillos frescos
donde su cara ancha confunde los reflejos
y ante el bostezo de las ventanillas
no sabe a donde ir,
y las palabras son una red sin fin.
Pero nosotros, sus hermanos,
que nacimos en esta camarilla de burócratas
y conocemos la vasta indiferencia del papel,
lo miramos con lástima
cuando entra a la inseguridad de la caverna.
Donde hace tanto tiempo lo expulsamos.
Donde nuestras paredes lo repelen,
en su ropa y su gesto.
Así ha de ser la tierra cuando entra en las ciudades
y el corpus de cemento le toca los rincones de la pena.
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