Así es la tristeza. Una pena en las manos.
Duele cuando se eleva por los brazos, las venas,
y nos ocupa el alma, el aire en los pulmones.
Pero no sigue andando.
Se queda y se adormece, amaca en las costillas
su peso refugiado de cangrejo perdido.
No queda para siempre, ni condena a la muerte.
Es buena y es sincera, y eso no se acostumbra.
Está hecha en la sombra tan lenta de los árboles.
Fueron los caracoles los primeros en verla.
Pertenece a otro mundo, de contemplaciones.
Tal vez sea solo el día. Nos apaga la sangre.
Nos deja solitarios, caminando en la calle.
La pena no transcurre. Se queda o se olvida.
De pronto, al dormirnos, hace rato se ha ido.
Y no sabemos cómo y no sabemos cuando.
viernes, 29 de abril de 2016
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