martes, 11 de agosto de 2015

Los santos también tienen pensamientos impuros.

Lo se por que lo soy.
Decidme que no es esto una vida beata
y mentiréis al rostro de mi celda y mi biblia.
¿Acaso veis que duermo sobre esteras y migas?
Mi mesa es esta fila de hojas y de risas.
Yo solo digo gracias al sol y a la ternura,
y vuelvo a casa triste cuando un perro fallece
perdido en la vereda insana de la vida.

Decidme, ¿no soy santo?
Humildad no me falta
cuando no callo al resto que fingen ser felices
sobre el asesinato de los grillos.
Mis diamantes son sal sobre la mesa.
Soy monje, mas no cubro mis dedos de oraciones.
Venero a la paciencia del fresno cuando crece
y doy ropa a las indias que en mi puerta desfilan.

Pero a veces maldigo y contesto con una voz solemne
los pedidos de auxilio que dan mis compañeros
para fingir que soy aquel omnipotente.
Es gracioso ser Dios cuando nunca podremos.

Mi vanidad aumenta cuando recito salmos,
frases etéreas viejas pero trozos de viento,
hasta llegar a la vergüenza de perder la decencia
y sonreír chocando hojas de enero.


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