martes, 30 de junio de 2015

Yo la recuerdo, joven aún, ya vieja.
No era esta vieja fugaz y lenta,
que no me dice nada que sepa.
Está cansada y se refugia
en la penumbra de aquella queja
que se le escapa como una quena,
tan solitaria, tan desgraciada en la quebrada.

Tenía las manos hábiles para las flores.
Siempre crecían los camalotes
si los dejaba en agua y sol.
No era esta vieja, débil y triste
que no me dice lo que quisiera
saber que cuenta feliz de verse
en la distancia de los recuerdos.

Pobre mi abuela, se nos apaga
desde hace tanto que ya no importa.

A veces mira, en la distancia
del que no existe en nuestro tiempo,
y nadie sabe que es lo que observa.
Está tan vieja que no podemos
llegar a verla más que a lo lejos.

Se le ha perdido su compañero,
está más sola que un caracol.
Viaja despacio hacía la tumba
donde él duerme con su recuerdo.
Mi vieja abuela mira la tierra,
quizá no sabe porque suceden
esas gallinas que la molestan.


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