A Esquilo lo mató la ironía,
la dura ironía de una tortuga
derrumbada sobre el anciano.
Y le brotaron hilos de sangre y luz sobre la frente.
A Sócrates lo mato la verdad
que el había construido con tantísimas verdades
acumuladas como mordaces ladrillitos.
A Aristóteles lo apagó la vejez y el exilio,
el cansancio supremo de haber sido
más allá de lo sido por muchísimos hombres.
Pitágoras no tuvo ocasión de morir.
Se difumino en el aire cerrado
de la memoria y los números.
Zenón miró a la muerte con una indiferencia
tapizada de asombro y terca curiosidad.
Heráclito sabía que no estaba muriendo
cuando lo alcanzó la oscuridad que perseguía.
Y el volcán sabía que estaba recibiendo un alma
cuando le dio, a Parménides, sepultura.
Y Platón se murió por que tenia que ser,
más allá de la carne que le dormía el espíritu
y le robaba el aire, verdad dentro del viento.
miércoles, 17 de diciembre de 2014
jueves, 11 de diciembre de 2014
Mi pobre barco blanco,
él tan pequeño,
soñó ser marinero y fue poeta.
Se va por la ciudad
hundiéndose en la noche
llenándose la sentina de tristeza.
Promesa de aventura,
tiene velas teñidas con la tierra.
Pero este mar que le toco
se aquieta, marrón bajo las ruedas.
Mi barco tiene olas de sal,
sueño de arena.
él tan pequeño,
soñó ser marinero y fue poeta.
Se va por la ciudad
hundiéndose en la noche
llenándose la sentina de tristeza.
Promesa de aventura,
tiene velas teñidas con la tierra.
Pero este mar que le toco
se aquieta, marrón bajo las ruedas.
Mi barco tiene olas de sal,
sueño de arena.
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