El gato miraba, desde la ventana, la lluvia pasar;
y no comprendía por que el agua afuera
volaba en el aire como una gaviota,
como un papelito, como un ventarrón.
Inquirió al ratón que robaba migas,
por que el agua mansa golpeaba la casa
con tanta insistencia y triste color.
Y el roedor, astucia en mínimo rostro,
explicó razones y aclaró motivos.
Expuso que el agua era peligrosa.
Dibujó en el aire una explicación
y el gato cachorro escuchó asombrado
sobre una leyenda, antigua y siniestra,
de lluvias macabras que inundaban cuevas,
causaban resfrios, daban picazón.
El gato era crédulo, el ratón hambriento.
El gato le teme al agua y retira
el pelaje al umbral y el viento.
Cada vez que llueve, (¡y llueve seguido!),
el ratón cosecha migajas y queso
y bajo el bigote sonríe perverso,
sabiendo que el gato se estremece
bajo la nube azul de la tormenta.
Sale el sol al cielo, sobre los charquitos.
El gato describe pasos de cautela
y evita las aguas hasta en el reflejo.
El suelo esta limpio, el salón desierto.
Y en la cueva ignota, dormita un ratón.
martes, 18 de marzo de 2014
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