Cuando era niño,
es decir, antes de esta falsa barba y la ironía,
encontré casi por casualidad a esos dos monstruos.
El demorado final de aquella infancia
revistió sus aventuras de pereza
y durmieron un día, creo que era otoño,
el olvidado sueño de los justos.
Cuando era niño,
es decir, antes de este largo verano adolescente,
tenía siempre a mano un par de monstruos.
Eran caminantes del pulgar y el meñique;
y para hablar, el indice y el mayor.
Ya no recuerdo bien cual era la función del anular.
A veces caminaban, hasta volar podían,
si estaba el sol en la versión correcta.
Inventaban historias de locas correrías,
describieron un mundo de colores chillones,
donde hasta las sombras sonreían.
No espero que retornen, ya no hacen falta.
Pertenecen a días de amapolas,
al empolvado estante donde aguardan
las nubes amarillas de los sueños.
viernes, 8 de noviembre de 2013
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