viernes, 2 de agosto de 2013

Está bien, ya me rindo
y capitulo, ante tu fas dormida
mis manos y banderas.

No apures, 
por último favor a mi insolencia,
con tu suave silencio de impaciencia,
mi confesión final y mi derrota.
Espérame callando unos momentos;
ya llegará segura tu victoria.

No me mires así, no me prejuzgues.
No es que seas culpable o inocente.
Aunque es por igual tu merito y tu culpa.

Pero mi corazón, tallado en piedra,
ayer latió tan fuerte que hoy me aterra
hasta tu voz, hasta tu cercanía.
Hasta el brillo del sol sobre tu cabellera.

Es que al final, me has derrotado.
Y, aun en la derrota, enamorado. 

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